Le gustaba lo que veía al otro lado del espejo: un chico de mirada penetrante, seguro de sí mismo, bien afeitado... Atractivo, en definitiva. Se acercó a él con el deseo de besarle, pero su cara chocó contra el espejo.
En ese momento se dio cuenta de la tragedia que suponía estar enamorado de sí mismo: nunca abrazaría a la persona a la que amaba, ni sería abrazado por ella. No podría besarla. No podría apoyarse en ella. Nunca le contaría sus lamentos, ni escucharía sus alegrías.
Complicada vida la de los narcisistas...
Quieren que hable de mi país
Hace 6 años