viernes, 3 de febrero de 2012

Era realmente grande esa avispa...

Viernes, 14:32. El metro va lleno de gente. Una avispa sobrevuela sus cabezas, pero van todos tan ensimismados en sus "Llego tarde", "¡Mierrrrrrrrda! ¡Me he dejado las llaves en casa!", "Tengo que posponer esa reunión como sea", "Si aquí son las 2 y en Canarias es la 1, eso significa que..." que nadie ha reparado en ella. Es una avispa realmente grande; es raro que nadie, absolutamente nadie, la haya visto. Porque, admitámoslo, hay personas que pierden la compostura ante los "bichos-que-pican" y el metro va a reventar. Sería difícil resistir la tentación de desvelar su presencia y provocar el caos. ¿Cuántos forzarían una postura relajada sin quitarle ojo? ¿Bajaría alguno en la siguiente estación? ¿Tratarían de espantarla con un periódico? ¿Algo peor? Nada, ni un respingo. Si la avispa fuera consciente de las reacciones que podría provocar y de lo desapercibida que estaba pasando, se ofendería. Peeero, como la ignorancia da la felicidad, ahí estaba ella, tan pizpireta, revoloteando por el techo. Ahora entro en la rejilla, ahora salgo. Ahora me acerco a las barras, ahora a las luces. Sol, Sevilla, Banco de España, Retiro, Príncipe de Vergara... Y nada. La avispa, a sus anchas, sintiéndose la reina del vagón, aunque no captara ni una mirada...

Y la chica vuelve la cabeza hacia su libro. Sigue en la página por la que lo abrió, unas cuantas paradas antes. La historia que se abría paso al otro lado de las páginas era más interesante y era solo suya. Y seguiría siéndolo, estaba dispuesta a guardar el secreto. Goya. Era realmente grande esa avispa...

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