domingo, 11 de septiembre de 2011

Brindis por los amantes de la noche

Uno frente a otro, la tensión les envuelve en la noche de una ciudad cualquiera. Pongamos que hablo de Madrid. Uno frente a otro, los cuerpos clavados en el suelo. Parece que les fuera la vida en ello. Uno frente a otro, las palabras escasean. Demasiados esfuerzos para articular palabra. Uno frente a otro, dos espadas a punto de chocar. Un solo golpe podría llevarse toda la tensión por delante.

Él cuenta hasta tres, hasta diez, hasta cien, en silencio. "...hasta que, por fin, para poder hacer algo dejé de pensar en lo que iba a hacer" (1). Un disparo a quemarropa. La pasión se desborda, la magia se esfuma. Ella retrocede y huye.

Puede que el beso que nunca llega sea mejor que cualquier otro. Puede que la realidad no sea suficiente. Puede que lo perfecto del deseo sea mejor que lo imperfecto de lo real, con sus defectos, sus decepciones... Puede que, por eso, Endimión eligiese el sueño eterno, del que sólo despertaba para recibir a Selene. Sea como fuere, nuestro querido Casanova no tuvo más remedio que volver solo a casa esa noche. Quizás los sueños le acompañen.

Cuando vemos que nuestra imaginación no da más de sí, nos levantamos, nos sacudimos la ropa y nos mezclamos entre ellos como si no pasara nada (aunque siempre pasa algo). Hoy he escrito yo la historia. La próxima te toca a ti. Brindis por los amantes de la noche.

(1) Por el camino de Swann. Marcel PROUST.

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