- Debes de estar adelgazando…
- ¿Qué tontería es ésa?
- Te lo digo en serio. Aún recuerdo la primera vez que te
acaricié de cuello a cintura. Estábamos tumbados y la distancia que había entre
ambos me pareció inmensa…
- ¿Y ahora ya no?
- Ahora es más pequeño…
- ¡Anda ya! Son imaginaciones tuyas, engaños de la mente…
Cuando era pequeño, el viaje a donde quiera que fuéramos de vacaciones se me
hacía mucho más largo que la vuelta. La expectación (o la dificultad de los
niños para calcular el tiempo), me jugaba malas pasadas…
- ¿Estás diciendo que tengo la dificultad de un niño para
calcular el tiempo?
- No… Aunque las distancias sí las calculas fatal, ¡mira qué
mal aparcas!
- Que te den.
- Anda ya, no seas tonta... Empezamos de nuevo… ¿Querías decirme
algo tipo “No porque estuvieras gordo, sino por la paciencia (por eso de no dejar
que el deseo contenido arrase con todo) con que mis dedos recorrían cada
milímetro, demorándose en cada curva de un cuerpo hasta entonces desconocido
para ellos…”?
- Que te den, yo no sabría decirlo así… Tú eres el artista, el
que hace que las cosas suenen bonitas.
- Y tú quien las inspira.
- …
- A mí me sigue pareciendo inmensa la distancia que hay entre
tu cuello y tu cintura… Podría echar horas en el camino… Y días.
(Fin de la conversación)
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