viernes, 21 de mayo de 2010

Felicidad contagiosa...

12:23. Humanes, 6 minutos. "Muy bien, chata, otro día que llegas tarde".

Un jueves cualquiera, a la espera de un viernes (y de un tren) que parece que no llega... Un puñado de asientos vacíos, el volumen de la música demasiado alto y la mirada demasiado perdida... Supongo que, después de tantos años, he dejado de prestar atención a un paisaje idéntico que cambia todos los días...

Placebo se esfuerza por mantenerme al margen del mundo, pero un grito me hace volver al vagón y buscar con la mirada al responsable de mi regreso. Y lo encuentro. Y es el niño más precioso que he visto en mi vida y, a diferencia de mí, está alucinando con todo lo que hay al otro lado de la ventana: el mundo. Es un renacuajo, así que sólo consigue soltar exclamaciones, pero el jodío empieza a contagiarme esa excitación que producen las primeras veces...

Deja de mirar, de señalar y de gritar. Ahora sus ojos están en el pasillo, a mi espalda. Está tan atrapado que me hace darme la vuelta. Hay un chico tocando la guitarra... Ni idea de lo que canta. Bajo el volumen del iPod y reconozco la canción. No me gusta, pero es alegre. Al niño precioso sí le gusta; comienza a dar palmas y a bailar. Vale que no lleva muy bien lo de los ritmos, pero la música se le ha metido dentro... El chico de la guitarra cambia de vagón y el niño precioso se calma.

Me mira, se ríe, me arranca una sonrisa. Mira a mi izquierda, vuelve a quedarse atrapado, miro a mi izquierda. Hay una señora agitando una piruleta ante los ojos del niño precioso. Y él está que sí, que no, así que la señora se levanta, mueve sus generosas caderas hasta él y le tiende la piruleta. El niño precioso la coge con una sonrisa espectacular. Preciosa sonrisa para un niño precioso. La señora vuelve al asiento y me habla. Aunque hace rato que no llevo música, me retiro los auriculares por educación. Y ella repite... La oferta: una piruleta. Señora, es usted ENORME.

Llega mi parada. Me despido de la señora y le deseo (de corazón) que tenga un buen día. Guiño un ojo al niño precioso, le saco la lengua y bajo del tren pensando en lo fácil que es cambiarle el humor a alguien... Sigue siendo jueves y sigo llegando tarde, pero los jueves tampoco están tan mal, ¿no?.

Felicidad contagiosa...

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